Autor: Julio César Castro (JUCECA)
Hombre que supo quedar afónico de la parte de la garganta de la voz humana, fue un tal Franelo Frenillo. Hombre malo, enojoso, camorrero y ligero para el grito destemplado y mandón.
Casado supo estar, con Semejanta Tajante, muy dada a la lectura ella, que gustaba tomar sopa de letras pa formar poemas en el borde del plato y recitarlos de sobremesa. Un plomo.
Y una vuelta que estaba armando un verso de lo más romántico y ridículo, acertó a pasar un tal Moquete Gofio, y va y le sacude el plato y le entrevera el pensamiento trabajosamente escrito letrita por letrita en la orilla de loza.
Derrumbóse la poeta orillera. Desalentóse. Sintió que la vida era un insulto. Deprimióse. Lloró sobre su plato, y la sopa aguachentóse.
El marido, enteróse. Malo era Franelo Frenillo, lo dijimos ya, y ligero para el grito. Persiguió a Moquete Gofio y le quiso gritar su furia, pero el grito se trabó en su garguero, se le ahorcó en sus cuerdas vocales, y frustrósele.
No hay cosa más peligrosa que un camorrero afónico, y eso era entonces Franelo Frenillo, el enojoso. Cuando llegó al boliche El Resorte a comprar pastillas, entró y se acodó sin saludar. Lo miraron mal, porque el que llega saluda o es un grosero y allí estaba la Duvija, y se la notó molesta. El fumigador, de avioneta atada al palenque, le hizo una guiñada y ella se olvidó del mal educadito.
Franelo Frenillo aprovechó el polvo que había en una punta del mostrador, y con el dedo escribió: "Pastilla de ucalito,¿hay?".
Fue Azulejo Verdoso el que le escribió abajo: "Pastilla no, pero ucalito tenemo un monte ahí nomás".
Volvió Franelo con su dedo escritor y dejó dicho: "Háblenme, bobetas, que estoy afónico pero no soy sordo".
Le hablaron todos. Aquello era un escándalo porque quien más quien menos le quería dar un consejo para curarlo de la garganta, un remedio casero, una dirección de médico, de curandera y hasta de empresa fúnebre por si se empeoraba. Alguien comentó que habría que tener cuidado no fuera cosa que el hombre tuviera el virus, y el de la avioneta, comedido, se le ofreció pa fumigarlo. Fue el tape Olmedo el que le hizo abrir la boca y se le asomó con un gargarescopio, y lo mira así, en lo profundo de la garganta, y le ve aquello y comenta.
- Tiene un grito trabado entre dos cuerdas, una vocal y la otra consonante. Hay que darle vino del especial.
Alguien fue y trajo un vinito de la casa añejado a fuerza de darle disgustos, porque los disgustos envejecen.
Se le aflojaron las cuerdas, zafó el grito, y salió con tanta fuerza y enojo, que la mortadela que colgaba del techo quedó chicoteando de un lau pal otro. Al verla, el barcino le saltó, se le prendió, y en aquel ir y venir, se hamacaba y se hamacaba.
Casado supo estar, con Semejanta Tajante, muy dada a la lectura ella, que gustaba tomar sopa de letras pa formar poemas en el borde del plato y recitarlos de sobremesa. Un plomo.
Y una vuelta que estaba armando un verso de lo más romántico y ridículo, acertó a pasar un tal Moquete Gofio, y va y le sacude el plato y le entrevera el pensamiento trabajosamente escrito letrita por letrita en la orilla de loza.
Derrumbóse la poeta orillera. Desalentóse. Sintió que la vida era un insulto. Deprimióse. Lloró sobre su plato, y la sopa aguachentóse.
El marido, enteróse. Malo era Franelo Frenillo, lo dijimos ya, y ligero para el grito. Persiguió a Moquete Gofio y le quiso gritar su furia, pero el grito se trabó en su garguero, se le ahorcó en sus cuerdas vocales, y frustrósele.
No hay cosa más peligrosa que un camorrero afónico, y eso era entonces Franelo Frenillo, el enojoso. Cuando llegó al boliche El Resorte a comprar pastillas, entró y se acodó sin saludar. Lo miraron mal, porque el que llega saluda o es un grosero y allí estaba la Duvija, y se la notó molesta. El fumigador, de avioneta atada al palenque, le hizo una guiñada y ella se olvidó del mal educadito.
Franelo Frenillo aprovechó el polvo que había en una punta del mostrador, y con el dedo escribió: "Pastilla de ucalito,¿hay?".
Fue Azulejo Verdoso el que le escribió abajo: "Pastilla no, pero ucalito tenemo un monte ahí nomás".
Volvió Franelo con su dedo escritor y dejó dicho: "Háblenme, bobetas, que estoy afónico pero no soy sordo".
Le hablaron todos. Aquello era un escándalo porque quien más quien menos le quería dar un consejo para curarlo de la garganta, un remedio casero, una dirección de médico, de curandera y hasta de empresa fúnebre por si se empeoraba. Alguien comentó que habría que tener cuidado no fuera cosa que el hombre tuviera el virus, y el de la avioneta, comedido, se le ofreció pa fumigarlo. Fue el tape Olmedo el que le hizo abrir la boca y se le asomó con un gargarescopio, y lo mira así, en lo profundo de la garganta, y le ve aquello y comenta.
- Tiene un grito trabado entre dos cuerdas, una vocal y la otra consonante. Hay que darle vino del especial.
Alguien fue y trajo un vinito de la casa añejado a fuerza de darle disgustos, porque los disgustos envejecen.
Se le aflojaron las cuerdas, zafó el grito, y salió con tanta fuerza y enojo, que la mortadela que colgaba del techo quedó chicoteando de un lau pal otro. Al verla, el barcino le saltó, se le prendió, y en aquel ir y venir, se hamacaba y se hamacaba.
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