domingo, 8 de junio de 2014

Bares y cafés de Montevideo: Bar El Hacha

El Hacha

Buenos Aires 202/206, esq. Maciel


Quien entra por primera vez al bar “El Hacha”, tiende a quedarse circunspecto en un rincón, mirando las vigas oscuras del techo. Es imposible no tratar de imaginar lo que ocurrió allí, en la antigua pulpería del Montevideo colonial de la última década del siglo XVIII. Seguro que el gallego Juan Vázquez se fue a dormir temprano y dejó a Bernardo Paniagua, un jóven navarro de escuálida figura, para que atendiese a los dos parroquianos que demoraban en irse, casi a la medianoche del 15 de Abril de 1794. Al fin, solo uno quedó de beberaje en la penumbra. Se trataba de un marinero ligur de desaforado sombrero, torvo merodeador del puerto conocido como Domingo Gambini y con quien Bernardo Paniagua pasó el último rato de su vida. En la madrugada, oscuro y callado, Gambini trepó a una balandra y marchó con su invisible presencia a los abastos de Buenos Aires, donde se supo que tras robar los recaudos del día en la pulpería del puerto de Montevideo, había matado de un foribundo hachazo al hombre que lo atendía.



El “Almacen del hacha” como se la conoció luego del asesinato, mantuvo su identidad sin grandes variantes a lo largo de más de dos siglos, y aún sigue viva gracias al renovado impulso de “Picho” Carballo, un verdadero “gestor cultural” adecuado a nuevos tiempos. Corazón del barrio Guruyú durante décadas, “El Hacha” ha sido punto de recalada de boxeadores como el legendario Dogomar Martínez, jugadores de fútbol como Roque Gastón Máspoli o poetas como Tito Cabano, que allí una tarde, en unas hojas sueltas, escribió la letra de un tango que se haría famoso. Lo llamó “Un boliche” y empezaba así: “Un boliche como hay tantos, una mesa como hay muchas…”


Un boliche como tantos,
una mesa como hay muchas,
un borracho que serrucha
su sueño de copetín.
Hay un tira que se asoma,
una copa sin monedas,
un punga que se las toma
y una caña sin servir.
Una partida de tute
entre cuatro veteranos,
q’entre naipes y toscanos,
despilfarran su pensión.
Y acodado sobre el mármol
agarrado como un broche,
un curda que noche a noche
se manda su confesión.
Fragmento de Un boliche
Guitarras de Adolfo Carné. Canta: Carlos Acuña. Letra: Tito Cabano


Pero la historia no terminó allí. Si bien los pormenores son irrecuperables, se supo que con el crimen del pobre navarro Paniagua se hizo justicia poco antes de que el asesino tuviese tiempo de gastar lo robado en Buenos Aires. El siniestro Gambini fue devuelto engrillado a la ciudadela de Montevideo y ahorcado pocos días después ante la mirada ceñuda del solitario Juan Vázquez, quien terminó atravesando el hacha en una de las rejas de su almacén, para que fuese vista por muchos años como un símbolo de que no todos los crímenes de medianoche quedan impunes así como así.
M.D.A
Cuando el crimen “del hacha” conmovía a Montevideo, recién empezaba a levantarse la Iglesia Matriz y habría que esperar más de diez años para que se iniciaran las obras del Cabildo… que nada de eso habría cuando don Juan Vázquez montó su comercio entre gruesas paredes y techos “a la porteña”, testigos de un pasado que aún hoy nos convoca.
N.G.
Fotos y texto extraídos de “Boliches Montevideanos. Bares y cafés en la memoria de la ciudad” por Mario Delgado Aparaín, Leo Barizzoni y Carlos Contrera. Digitalizado por Café Montevideo. Música de Todotango.

http://cafemontevideo.com/



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