1939
(…) Pero para los montevideanos, este año emblemático no lo sería tanto si no incluyera la inuguración del café Sorocabana en la esquina noreste de la plaza de Cagancha y la avenida 18 de Julio. Destinado a convertirse en un café mítico de la ciudad se ubicaba en los bajos del elegante y afrancesado edificio neoclásico que pertenecía a Eduardo Iglesias Montero, quien iba a ser por décadas habitué constante y fervoroso mecenas del lugar. Abrió sus puertas el 19 de setiembre del año de referencia, aunque se había previsto hacerlo unos días antes, el 7.
El que estaba destinado a transformarse con los años en sinónimo de café tradicional entre nosotros, tuvo comienzos que no parecían augurarle ese destino. Surgió por iniciativa de una empresa -que contaba con capitales argentinos y brasileños- en el marco de la agresiva promoción del café llevada adelante por el Departamento Nacional del país norteño a través de una campaña mundial, cuyo objetivo fue colocar una cosecha sobredimensionada del aromático grano. Hasta el nombre tiene un origen brasileño: evoca a la ciudad de Sorocabá, en el área cafetera del Estado de San Pablo.
Memoriosos recuerdan que al principio era un salón relativamente pequeño, que no abarcaba ni la mitad del amplio espacio que luego lo iba a caracterizar. Al comienzo se bebía el café parado, junto al mostrador, al estilo de tantos cafés rápidos que en esa época eran comunes en cualquier gran ciudad. Hasta una pecera lo adornaba, complementando el marcado estilo decó de su decoración e instalaciones, en ese momento aerodinámico de tan moderno. Luego se agregaron mesas, y poco a poco fue ampliándose el salón, abriéndose por fin a través de grandes ventanales hacia la plaza.
Paralelamente a estas transformaciones que hicieron del primer Sorocabana el gran café que muy pronto se convertiría en centro de las tertulias de los montevideanos, la empresa iba a fundar muchas sucursales: en la plaza Independencia, en los bajos del Palacio Salvo, en la Ciudad Vieja, en la calle 25 de Mayo, pero también en General Flores por la zona de Goes y en La Unión, extendiéndose luego a capitales del interior como Colonia, Salto, Paysandú, Mercedes, Durazno, Minas Treinta y Tres, Melo, Rivera y Rocha. Más allá de fronteras los Sorocabana llegarían a Córdoba y Buenos Aires, en la Argentina. La mayoría de estas sucursales -a excepción de la instalada en el Salvo- no iban a tener ese perfil entre cosmopolita y coloquial, entre bohemio y cultural, que ha sido siempre la marca fundamental de la institución cafeteica.
Tomado de: http://cafemontevideo.com/
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