sábado, 5 de abril de 2014

Derecho a Jugar

La Humanidad debe dar al niño lo mejor de sí misma.                                       
Declaración de Ginebra, 1924     

En una sociedad donde el litigio obcecado y la ventilación sobre los derechos del más alto nivel de los seres humanos se debaten en cada foro imaginable a cada instante, preguntarnos si los niños tienen derecho a jugar parecería una broma.
Pero sí lo tienen.  Los niños tienen derecho a jugar.
Desde mediados del siglo XIX los europeos comenzaron a legislar reconociéndoles a los niños derechos que guardaban relación con prácticas trágicas sobre el empleo y su explotación en actividades no aptas para la infancia.  El siglo XX y sus guerras nos trajeron otras tendencias con iguales objetivos.  En 1924 se aprobó la Declaración de Ginebra sobre los Derechos del Niño, en 1959 la Declaración de los Derechos del Niño y en 1989 la Organización de Naciones Unidas aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño.  El Artículo 31 de la Convención declaró “el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes”.  A riesgo de decir lo obvio, no haría falta legislar un derecho, si todo el mundo lo reconociera.  Claro está, en el caso de los niños, su explotación visible e invisible, el maltrato institucional avalado por el Estados en tantas instancias de la historia y el hecho de que cada vez son más los adultos que adolecen de destrezas sociales e inteligencia colectiva, llevó a las naciones a declarar lo natural: los niños tienen derecho a jugar.  Y por supuesto, las necesidades de los niños de un estado en guerra, de una nación que muere de hambre o de un país desarrollado, nunca serán iguales.
              
La Real Academia Española de la Lengua define jugar como ‘hacer algo con alegría y con el solo fin de entretenerse o divertirse”.  La diferencia entre jugar y divertirse, entre jugar y entretenerse, es la alegría.  En el juego tiene que haber júbilo, gratificación, risas, expresión visible de la alegría que se siente cuando se juega.  Posiblemente el juego más básico que hayamos practicado con los niños, sean las cosquillas.
Jugar es tan importante como comer, estudiar, asearse o mantenerse saludable.  Los beneficios del juego son incontables.  El juego ayuda al niño a explorar, a observar, a investigar, a pensar, a aprender, a comunicarse, a madurar, a socializar, a cooperar, a esperar, a estimular la imaginación, a desarrollar afecto, a canalizar energías, a aprender reglas, a desarrollar tolerancia, a su creatividad, a ejercitarse, a mejorar su condición física, a desarrollar su personalidad, a manejar la frustración, a fortalecer lazos familiares, a hacer amigos, a respetar los demás, a solucionar problemas, a superar escollos, a cooperar, a expresarse, a aprender a ganar y aprender a perder.

Los juegos no tienen que ser complicados ni costosos.  Los juegos, de hecho, deben ser sencillos, espontáneos.  Mientras más sencillas son las reglas y mientras más emoción produce sus resultados, más alegre será el juego y más le gustará a los niños.  Como padres, debemos procurar darle a nuestros hijos la oportunidad de jugar y debemos ser cautelosos en distinguir lo que es un juego de lo que no lo es.  Muchas actividades lúdicas conocidas que les fascinan a los niños, no necesariamente son juegos que tienen los beneficios antes mencionados.  El fútbol, los videojuegos, el cine, el tiempo de ocio en la escuela, son actividades fenomenales de entretenimiento, que dependiendo cómo se lleven a cabo, pueden o no ser juegos con los beneficios antes mencionados.



La rutina aburrida, la sobre protección, la manipulación, no son ejemplo de una paternidad responsable.  Los padres también podemos jugar, nos podemos incorporar a los juegos de los niños.  Los padres venimos obligados a estar pendientes de nuestros hijos, supervisar dónde, cómo y con quién se juega; darles ejemplos que sean espejos en los que se puedan reflejar, criarlos sanamente y siempre que podamos, jugar con ellos.  Darles la oportunidad de la alegría.

Es cierto, jugar es un derecho… pero no nos confundamos, pues bien visto, más bien se trata de una de nuestras más serias obligaciones.  Hoy es buen día para jugar con los niños.
                                        

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