Horacio Ferrer fue un revolucionario, un poeta mayor, un personaje de bohemia y tango, un señor como l0os que ya no vienen y el más elegante de los dandies que dio el Río de la Plata y el 21 de diciembre a los 81 se fue para los pagos de donde no se vuelve.
Horacio Ferrer fue un bohemio que vivió el tango como muy pocos.
Horacio Arturo Ferrer Ezcurra, nacido el 2 de junio de 1933 en Montevideo, falleció el 21 de diciembre de 2014 en Buenos Aires.
Falleció en la Buenos Aires que hace medio siglo, lo había recibido como uno de sus hijos más dilectos.
Horacio Ferrer fue un bohemio que vivió el tango como muy pocos.
Horacio Arturo Ferrer Ezcurra, nacido el 2 de junio de 1933 en Montevideo, falleció el 21 de diciembre de 2014 en Buenos Aires.
Falleció en la Buenos Aires que hace medio siglo, lo había recibido como uno de sus hijos más dilectos.
Ferrer fue, y las nuevas generaciones deberían saberlo, un hombre moderno. Solo alguien moderno podría haber escrito cosas como “Balada para un loco” o “Chiquilín de Bachín” qué lindo sigue siendo eso de “angelito con bluyin”), poemas que, musicalizados por Astor Piazzolla, definieron un momento cumbre en la historia de la música rioplatense.
Ferrer fue siempre un atrevido y extranjero de los convencionalismos. Criticado en un primer momento, en 1990 fundó, y desde entonces presidió la argentina Academia Nacional del Tango, la mayor referencia mundial del género.
Como tantos uruguayos encontró el camino hacia su consagración en Buenos Aires donde tuvo el campo más propicio para su trabajo o para desarrollar su arte.
Allí, se sintió como en casa, quizás porque aunque nacido en Uruguay su madre era argentina.
Al revés que Jorge Luis Borges, cuyo padre era argentino y su madre uruguaya.
“Fue un rioplatense paradigmático: tan buen porteño como buen uruguayo”, dijo a El País, el uruguayo Ruperto Long quien en setiembre publicó en Montevideo el libro titulado “Piantao”.
Balada para Horacio Ferrer, una biografía del poeta.
“Estaba buscando una manera de escribir poesía, y de a poco fui encontrando”, dijo Ferrer en una entrevista a El País de Montevideo.
“Una mezcla de surrealismo y lunfardo, pero sin querer abusar del lunfardo, sino con toques de excelencia.
Y que a la vez también fuera comprensible.
También me gustó usar algunas palabras inventadas, porque la poesía es como una gran melodía, para mí es como la música.
Eso le llevó a decir a Piazzolla que lo que yo hacía con las letras era lo que él hacía con la música”.
“Estaba buscando una manera de escribir poesía, y de a poco fui encontrando”, dijo Ferrer en una entrevista a El País de Montevideo.
“Una mezcla de surrealismo y lunfardo, pero sin querer abusar del lunfardo, sino con toques de excelencia.
Y que a la vez también fuera comprensible.
También me gustó usar algunas palabras inventadas, porque la poesía es como una gran melodía, para mí es como la música.
Eso le llevó a decir a Piazzolla que lo que yo hacía con las letras era lo que él hacía con la música”.
No hay mejor manera de definir su arte.
En 1967, de este lado del Plata había publicado Romancero canyengue, donde, ya desde el propio título ponía al mismo nivel la tradición poética occidental con la poesía lunfarda del tango.
Allí ya recurría a neologismos (“tangamente”, por ejemplo) e imágenes a los que el tango se había negado.
En esos tiempos era periodista de El Día de Montevideo.
Gente importante como Cátulo Castillo, Aníbal Troilo y principalmente Piazzolla (“si no venís a trabajar conmigo sos un imbécil”, contó Ferrer que le dijo), se dieron cuenta de su valor emergente y lo alentaron a radicarse en Buenos Aires.
Con Piazzolla se convirtieron en cruzados de una nueva manera de encarar el tango: recibieron elogios pero también abucheos, un riesgo que los pioneros saben qué tienen que correr.
Juntos escribieron María de Buenos Aires, una operita (una vez más poniendo el tango al nivel de la alta cultura) compuesta en Parque del Plata y, el que sería su mayor éxito, “Balada para un loco”, una historia surrealista sobre la libertad y la locura; vendió más de 200.000 copias pero también fue criticada por tangueros más acérrimos.
Fue un hombre activo, capaz de generar proyectos hasta no hace tanto cuando la enfermedad lo empezó a doblegar.
En 2013 estrenó en el Auditorio del Sodre, Dandy, el príncipe de las murgas, una operita escrita con Alberto Magnone, su último gran compañero en los escenarios.
“Era un artista excepcional pero el ser humano no le iba a la saga”, dice Long, quien mantuvo una amistad de 15 años con el poeta y dijo estar shoqueado por una noticia que ya presumía inevitable.
“Moriré en Buenos Aires, será de madrugada, guardaré mansamente las cosas de vivir, mi pequeña poesía de adioses y de balas, mi tabaco, mi tango, mi puñado de esplín.
Me pondré por los hombros, de abrigo, toda el alba, mi penúltimo whisky quedará sin beber, llegará, tangamente, mi muerte enamorada, yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis”, escribió en “Balada para mi muerte”, otras de sus canciones con Piazzolla.
Nota publicada el 28 de diciembre de 2014 en http://www.elreporte.com.uy
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