Para el año 2014 las personas más acaudaladas del mundo habían pasado a absorber un 48% de la riqueza mundial, para este 2016, según Oxfram, se proyecta que sobrepasen el 50%, cifras escalofriantes si se tiene en cuenta que ese grupo está formado por tan solo un 1% de la población mundial.
Con los años el hombre ha logrado avances increíbles en una inmensidad de aspectos, aumentando así nuestra calidad y esperanza de vida, algo innegable si se compara, por ejemplo, con la situación durante la edad media. Pero una cosa aún no ha cambiado: la mayor parte de la riqueza le pertenece a una proporción mínima de la población. Claro que las monarquías ya fueron abolidas y posteriormente a la Revolución francesa se trazó un camino hacia los derechos humanos que aún continúa perfeccionándose, la pregunta es: ¿realmente es posible hablar de derechos humanos, cuando se le privan los recursos necesarios para el desarrollo a ciertas poblaciones?
Es para abatir esta cuestión que entran en juego diferentes grupos y organizaciones, planteando proyectos que poco aportan para un futuro más allá de lo inmediato, pues claro está, la desigualdad alcanza niveles cada vez más altos, y las noticias al respecto siquiera alcanzan una repercusión significativa, son asumidas como “lo normal”. Los proyectos y planes para contrarrestar la actual desigualdad, además de insuficientes, distan cada vez más de un acto de justicia y pasan a ser una obra de “caridad” a gran escala, pero ¿de qué estamos hablando? Según la RAE la caridad fuera de los contextos religiosos conforma una “actitud solidaria con el sufrimiento ajeno” y una “limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados”.
Hablamos de una caridad que ya no corresponde con la idiosincrasia de algunas personas empáticas y generosas, sino que más bien conforma la base de la economía actual.
Es de ésta forma que aparecen términos como el “buen karma de consumo” o una especie de “redención por ser un buen consumista”, porque al consumir un producto o servicio vinculado al apoyo de alguna institución caritativa o a disminuir algún tipo de desigualdad, uno está haciendo su buena acción del día, ayuda a la ecología, a las personas que no tienen sus necesidades básicas satisfechas, a la comunidad donde vive, etc. Es por dicha razón que eso de incluir una especie de moral caritativa y solidaria en los productos se ha vuelto una estrategia de marketing por excelencia, ya que dada la preocupación moral generada en la sociedad por todo aquello que tenemos y otros no, junto a ese sentimiento de culpa –a veces disfrazado de generosidad- preferimos indudablemente consumir aquellas cosas que representen cierto apoyo relativo a un valor social o ecológico.
El problema y la razón por la cual se hace referencia a la caridad como una de las bases de la economía actual, se traduce en que la caridad no solo es lo que un calmante para un dolor de cabeza, opacando los síntomas, sino que prolonga la enfermedad, es decir las injusticias y la desigualdad. Mantiene a las personas en la misma situación, quizá momentáneamente mejor, pero los resultados no son prósperos en lo absoluto.
Por lo tanto es fundamental que se comiencen a implementar cambios para lograr una economía donde la pobreza sea algo imposible, o en última instancia una opción, pero nunca una enfermedad hereditaria. Para ello el hecho de que la riqueza se concentre en pocas manos, es más que catastrófico, porque las decisiones están siendo tomadas bajo las perspectivas de unos pocos cuya situación es más una excepción que la regla. Véase por ejemplo que según Oxfram, 35 millones de personas poseen un patrimonio aproximado de entre 1 y 50 millones de dólares americanos, de las cuales 15 millones viven en Norteamérica, 11,7 millones en Europa, 6,7 millones en el este de Asia, dejando un resto mínimo de esas personas que viven en: África, América Latina, Oceanía y el resto de Asia.
Bajo la realidad de que el dinero no solo es un medio de pago, unidad de cuenta y depósito de valor, sino que también fuente de prestigio y poder, no resulta en lo absoluto llamativo que el dinero se concentre en unos pocos, así como también el poder y por ende, las decisiones.
Finalmente en necesario aclarar que lejos de apoyar cualquier tipo de política, este artículo pretende plantear que los valores tan apreciados del liberalismo, motivadores del esfuerzo y necesarios para el desarrollo individual –y social-, tal como la práctica ha demostrado, deben ser acompañados de algún tipo de justicia que permita delimitar y evitar la obstrucción de los derechos ajenos, para que las oportunidades sean –en la medida de lo factible y sensato- más justas (no necesariamente parejas, ya que una compensación por diferentes niveles de desarrollo de las aptitudes fundamentales dadas las ambiciones personales sería absurdo y solo generaría distorsión en lo que es la libre competencia).
Tampoco es el objetivo de este artículo trasmitir la idea de que la caridad es algo terrible y debería ser erradicada, claramente en una situación como la actual, sus resultados han sido en parte beneficiosos y han logrado satisfacer las metas propuestas. Pero es preciso observar que hay un fuerte tinte de hipocresía en la caridad de hoy en día.
La cuestión es si realmente aprobamos un mundo en el cual una proporción mínima de la población, sea dueña de gran parte de la riqueza mundial y sea determinante en la toma de las decisiones económicas y en muchos otros ámbitos, a nivel mundial, influyendo fuertemente en la situación de la mayoría de la población y en el futuro. En caso de no aprobarlo ¿no será el momento de hacer algo al respecto?
Artículo de
Estudiante de Lic. en Ciencias Económicas. Particularmente interesada en tópicos referentes a la cultura, economía, sociología y relaciones internacionales.
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