Obama comparado con un chimpancé, un detenido apaleado: Washington desvela la discriminación policial en Ferguson
Agentes que compiten por emitir el máximo número de multas, personas arrestadas por su “manera de andar”, otras que reciben una descarga eléctrica por no responder a una pregunta, un hombre que es acusado de pedófilo por estar descansando en su coche tras jugar al baloncesto o mensajes racistas sobre el presidente Barack Obama y su mujer Michelle.
La investigación del Gobierno de Estados Unidos sobre la policía de Ferguson (Misuri) describe un clima de impunidad y violencia gratuita con la comunidad afroamericana. Esta impunidad se nutre de una cultura de prejuicios raciales y una finalidad recaudatoria.
Tras seis meses de pesquisas, iniciadas tras la muerte de un joven negro desarmado por disparos de un policía blanco, el Departamento de Justicia denunció este miércoles que las divisiones policial, judicial y penitenciaria de ese suburbio de San Luis ejecutan rutinariamente prácticas de discriminación racial que vulneran la Constitución y la ley federal.
El policía que mató al joven negro, libre de cargos de derechos civiles
En una investigación paralela sobre Darren Wilson, el agente que mató a Brown, el Departamento de Justicia no ha hallado pruebas de que violara los derechos civiles de la víctima. Era una decisión esperada dada la dificultad de determinar si Wilson hizo conscientemente un uso no racional de la fuerza al descerrajarle al menos seis tiros. En noviembre, un gran jurado exoneró al agente, que esgrime que actuó en defensa propia. Pero las circunstancias exactas del suceso siguen siendo un misterio.
“No hay evidencia a partir de la cual los fiscales puedan refutar la creencia subjetiva manifestada por Wilson de que temió por su seguridad”, señala el documento. Y considera contradictorios los testimonios que aseguran que Brown alzó sus brazos, en señal de rendición, antes de recibir los últimos disparos mortales.
Los investigadores han hallado intercambios de correos electrónicos racistas en las cuentas oficiales de funcionarios policiales y judiciales de Ferguson, varios de ellos altos cargos. Un mensaje de 2011, describe a Obama como un chimpancé. Otro se titula “El reencuentro escolar de Michelle Obama” y muestra una fotografía de mujeres bailando con el pecho descubierto en un paisaje aparentemente africano. Según el informe del Departamento de Justicia, los correos eran reenviados entre los empleados y no hay constancia de ningún acto disciplinario.
Tras difundirse la investigación, el alcalde de Ferguson, James Knowles, dijo que son correos solo de tres trabajadores y que desde el martes han sido apartados de sus puestos. Y sobre las acusaciones del Departamento de Justicia, se limitó a repasar algunas medidas anunciadas en los últimos meses y a afirmar: “Debemos hacerlo mejor, no solo como ciudad sino como estado y país”. Washington debe decidir si demanda a Ferguson para obligarla a ejecutar una serie de cambios en su estructura policial o si llega a un acuerdo amistoso para supervisar los cambios.
La sensación de impunidad se repite con el uso excesivo de la fuerza, que normalmente no se notifica ni se investiga. “Al fracasar en hacer responsables a los agentes, la cúpula de la policía manda un mensaje de que pueden comportarse como quieran”, señala el informe, de 120 páginas.
La proporción de ciudadanos negros víctimas de la fuerza policial en Ferguson supera ampliamente su peso demográfico, según la investigación federal. Ocurre lo mismo con las detenciones y las condenas a prisión. En ese municipio en el Medio Oeste de EE UU, la mayoría de los habitantes son negros, pero los blancos ocupan la estructura política, policial y educativa.
Más allá de la incógnita sobre qué sucedió en agosto en la muerte de Michael Brown, la investigación describe un patrón de agresividad de la policía de Ferguson. “Muchos agentes son rápidos en escalar los encuentros con sujetos que perciben que desobedecen sus órdenes o resisten arresto”, apunta. Menciona ejemplos de paradas y detenciones “sin fundamento legal”, de uso innecesario de aparatos de descarga eléctrica, de ataques de perros policiales y de ceñirse con grupos vulnerables, como personas con problemas mentales o estudiantes jóvenes.
En defensa de la policía, cargos municipales citados en el informe atribuyen la penalización excesiva de los afroamericanos a las fallas personales de los miembros de esa comunidad, a quienes achacan una falta de “responsabilidad personal”. La investigación federal sostiene que los hechos desmienten este argumento.
Todo ello repercute en la desconfianza de la comunidad afroamericana en la policía. Por ejemplo, se menciona la desestimación de una denuncia de un ciudadano que alegaba que, mientras estaba esposado, un agente le propinó una patada en la cabeza y se sentó encima de él.
La desconfianza también se alimenta por el elevado número de multas, que afectan especialmente a los conductores negros. El informe señala que el Ayuntamiento alenta frecuentemente al jefe de la policía de Ferguson para que los agentes emitan más multas para así recaudar más. Las multas suponen la segunda fuente de ingresos de la ciudad y en 2013 superaron al número de habitantes (33.000 con relación a 21.000). El Ayuntamiento ha anunciado nuevos límites.
Es un juego perverso: la promoción interna de los agentes depende del número de citaciones delictivas emitidas y los ciudadanos son más percibidos como “potenciales infractores y fuentes de ingresos” que como “constituyentes a los que proteger”. No es infrecuente que en una parada de tráfico, un agente presente cuatro cargos contra un conductor. En una ocasión, se llegó a 14.
El informe menciona el caso de una persona que por no pagar a tiempo una multa de tráfico de 2007 de 150 dólares y no asistir a una citación judicial, el coste en siete años se disparó a más de 1.000 dólares y pasó seis noches en la cárcel.
Y el de un hombre que estaba esperando en una parada de autobús -cerca de donde murió Brown- cuando se le acercó un coche de policía. Desde la ventana, un teniente le exigió entre insultos que le diera su documento de identidad. Incrédulo, el hombre se lo acabó dando. El teniente miró en su ordenador si tenía pendiente alguna citación judicial. Tras ver que no, le devolvió el documento y le espetó: “Diablos, muévete fuera de mi vista”.
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