El país fue en 2013 el segundo del mundo con más víctimas por minas antipersona, un total de 368
A. YBARRA
Para poder vivir en alguno de los 688 municipios de Colombia asolados por las minas antipersona y otros explosivos es fundamental aprender a mirar el suelo, norma que centenares de campesinos han asimilado en su día a día. «Las minas cambian bastantísimo la vida de la comunidad. Nosotros antes podíamos caminar de noche, ya no lo hacemos. Las fiestas patronales ya no se hacen por miedo. Hay un temor generalizado a que en cualquier momento suceda algo y la gente ya no tiene tranquilidad», dijo a Efe «Javier», habitante de San Andrés de Pisimbalá, en el departamento del Cauca (suroeste).
«Javier» se abstiene de dar su nombre verdadero porque en su pueblohay cierta resistencia a reconocer que en octubre y noviembre se encontraron artefactos explosivos a escasos metros de un parque infantil. «Algunas personas nos manifestaban que acá reina el silencio, que ellos (grupos armados) colocan la situación (minas) pero nadie les presta atención (...) nadie quiere asumir la responsabilidad», explica Luis Enrique Fajardo, voluntario de la Cruz Roja Colombiana.
El área poblada de San Andrés está en una zona montañosa. Con pocas calles de tierra, con casas bajas y muchos caminos secundarios que sus vecinos ya no recorren, en parte porque saben que son peligrosos. Esto lo han aprendido en talleres de capacitación impartidos por la Cruz Roja Colombiana con la colaboración de la Cruz Roja Española y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid).
Este proyecto, que empezó en 2011 para reducir el impacto de la Contaminación por Armas (CPA) y que concluye este año, se aplicó en seis departamentos colombianos con dos ámbitos de actuación: la capacitación a civiles para evitar riesgos y conocer sus derechos, y el acompañamiento a víctimas tanto en el plano físico como en el psicológico.
La situación de Colombia justificaba la misión; el país fue en 2013 el segundo del mundo con más víctimas por minas antipersona, un total de 368, y según datos de la Cruz Roja Colombiana, en el 45 % de su territorio se han presentado accidentes por CPA de los cuales el 98 % ocurrieron en zonas rurales. San Andrés de Pisimbalá cumple todos los requisitos del peligro. «Nos han capacitado especialmente en la contaminación por armas que sufrimos en este momento, en cómo se diferencia un objeto común y corriente de una mina que es sembrada en cualquier momento, con el lema 'lo que no has tirado no lo recojas'», explicó a Efe Luz Marina Pencue, docente del colegio de la localidad. En su caso, además de aprender, enseñan a los niños a sortear el peligro incluso con ejemplos básicos de juguetes: si ven un avión en un árbol, antes de acercarse deben pensar que una situación así no es muy común.
Los niños se han convertido en principal destinatario de esta capacitación toda vez que las cuatro minas descubiertas en octubre estaban en la parte trasera del colegio. «Era domingo por la mañana, íbamos a hacer almuerzo colectivo. Un docente fue a preparar el sitio para poner la olla y entonces encontró escarbado el terreno», recuerda «Javier». Esa es la primera señal. Darse cuenta de que el suelo ha cambiado y estudiar los alrededores de la zona. «Afortunadamente había recibido capacitación de la Cruz Roja y 'se le iluminó el bombillo'. Al mirar con cuidado encontró unos cables y lo comunicó de inmediato a las autoridades», detalla.
Cuando ocurre una explosión, la capacitación se transforma en acompañamiento a víctimas, como el que recibió Liliana Cerón, que conserva en una de sus piernas las esquirlas de una bomba que estalló el pasado diciembre en Inzá, cerca de San Andrés. «Siempre que me duele la pierna me acuerdo de ese momento. Es muy duro, te cambia la vida. Siempre crees que nunca te va a pasar pero nadie está libre de nada», comenta.
No se sabe cuántas minas antipersona hay en Colombia. Hace dos semanas, el Gobierno colombiano y las FARC, que negocian la paz desde noviembre de 2012 en Cuba, acordaron erradicar estos artefactos sumando las fuerzas del Estado y la información de la guerrilla, pero Cerón es cauta sobre el resultado final. «Lo que hacen en La Habana me parece algo que no tiene ni pies ni cabeza, porque van a quedar más grupos armados y eso de que haya paz es para llenar la cabeza de la gente. Es imposible, porque aparte de las FARC hay más grupos armados y si se acaba ese se va armar otro y así sucesivamente», sostiene.
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