miércoles, 19 de febrero de 2014

La bailarina del otro lado del charco

 ENTREVISTA CON MARIA NOEL RICCETTO



Es uruguaya y solista del American Ballet Theatre. El fin de semana próximo hará El corsario junto con Julio Bocca, en Punta del Este.






Gaspar Zimerman

Para todos aquellos con intenciones de sumarse a las huestes que se van del país, vayan estos dos pequeños trucos para amortiguar la nostalgia. Uno: si querés llorar, llorá, pero bajo la ducha abierta. Dos: en caso de tenerlo, dormir con el pasaje de regreso debajo de la almohada. "Lo de la ducha es para que toda la tristeza y la angustia se vaya por el caño. Lo otro es porque cuando llegué a Carolina del Norte era época de tornados, algo a lo que yo no estaba acostumbrada. Había alertas todo el tiempo, y dije a mí que se me vuele todo, pero el pasaje para volver, no".

María Noel Riccetto tiene 22 años y vive en los Estados Unidos desde los 18, cuando ganó una beca para perfeccionarse en danza y tuvo que dejar su casa en el barrio de Carrasco, Montevideo. "Me costó pilapilapila. Extrañé pila... un montón", traduce del uruguayo al porteño. Ahora, que ya es bailarina solista del American Ballet Theatre (ABT), actuará nuevamente en Uruguay: el 24 y 25 en el hotel Conrad, de Punta del Este, será la pareja de Julio Bocca en Corsario. "Crecí admirándolo, me parecía impresionante como bailarín. Después lo conocí en el ABT y como persona también me encantó. Es un honor volver a mi país para bailar con él". Lo dice con la cara iluminada y lejos de cualquier fórmula de cortesía: tiene tantas ganas de actuar con Bocca por primera vez, que interrumpió sus vacaciones e incluso viajó a Buenos Aires por tres días para ensayar. "No estaba segura de que esta oportunidad se repitiera, así que era tomarla o tomarla".


Sus comienzos no fueron tan firmes: empezó a los 6 años porque sus padres trabajaban y la nena no tenía con quién quedarse después de la escuela. "En vez de ponerme a hacer natación o gimnasia olímpica —recuerda—, fue ballet. Me apuntaron en una academia que estaba cerca de casa". Su abuela, quien le regaló sus primeras zapatillas de baile, era la encargada de llevarla a clase. Ahora, toda la familia está en su cabeza antes de cada actuación: "Bailo para ellos, si pienso que están ahí no me pongo tan nerviosa. Las veces que me han ido a ver me dio una calma, una paz...". Pero volvamos a las épocas de chiquilina: un año en la academia del barrio y la profesora sugirió que ingresara a la Escuela Nacional de Danza del Uruguay. A la audición se presentaron 1.200 chicos, y quedaron 27. María Noel era una de ellos.

En ese momento empezó su doble vida, entre el tutú y el delantal. "A los 13, 14 años tuve que decidirme. A esa edad el baile deja de ser un juego, un hobby, y pasa a ser otra cosa. Me estaba yendo muy bien, y me gustaba de corazón: para hacer esto tenés que sentirlo en todo aspecto, porque es mucho el sacrificio". ¿Sacrificio? En ballet pasa lo mismo que en los deportes de élite, donde los entrenamientos acaparan todo: "Dejás de lado lo que sea salir, ver a tus amigos, porque mañana tengo ensayo o hay función. Necesitás gente al lado que te apoye, y yo tuve a mi familia y unas amigas increíbles". María Noel terminó el liceo (la secundaria uruguaya) como libre, y a los 16 fue contratada para integrar el cuerpo de baile del SODRE (junto al Solís, el teatro oficial más importante de Montevideo). Dos años más tarde llegó la beca en los EE.UU. y, después, el ingreso al ABT y la mudanza a Nueva York.


Cuando aterrizó en la tierra de la hamburguesa, esta fanática de Peñarol y los asados no sabía inglés. De a poco fue aprendiendo y, ya en el ABT, para hacerse amigos llegaba muy temprano a las clases. Así conoció a los argentinos Herman y Erica Cornejo —"es como una hermana"—, Paloma Herrera, el propio Bocca... y a su novio, un bailarín estadounidense. "Siempre había dicho que no saldría con un norteamericano —sonríe—, porque son fríos, ni un bailarín, porque no me imaginaba estar con mi pareja trabajando todo el día en el mismo lugar. Pero acá estoy".

Ahí está: cinco o seis veces por semana, hasta doce horas, con días de doble función durante la temporada de ballet, que dura dos meses. "Vivís adentro de un teatro, y si estás en el cuerpo de baile son todas las noches de estar ahí en el escenario, bailando como loca. Por suerte, cuando sos solista te cuidan más", cuenta con una serenidad que contrasta con la fama de las bailarinas. "Hay muchas que son divas o medio histéricas, y quizá a mí me falte un poco de eso. Tengo esa manera de ser uruguaya, medio... perfil bajo. Pero prefiero eso, y no que la gente no me banque". 


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