miércoles, 11 de febrero de 2015

Nelson Mandela en la Historia

11 de febrero de 1990: en Sudáfrica, Nelson Mandela sale de la cárcel después de 27 años.


En la tarde del 11 de febrero de 1990, los teletipos de todos los medios lanzaron alborozados la noticia: Nelson Mandela había sido puesto en libertad. Una nueva era comenzaba para Sudáfricapero no sólo para este país. En la Historia hay fechas que se convierten en efemérides que logran un puesto de honor en la conquista incesante de la humanidad por la libertad. Pues bien, ese día de febrero se ha convertido en un símbolo de nuestra época.
Las cámaras de televisión nos mostraron un rostro en cuyos rasgos podían leerse fácilmente la dureza de sus 27 años de encierro, las marcas de su envidiable autodisciplina, de su reflexión, de sus sufrimientos y de la fe en el logro de algo fundamental: la dignidad humana. Mandela, a diferencia de otros prisioneros políticos, hundidos en la tinieblas de la cárcel, había obtenido la libertad con una entereza y ecuanimidad dignas de todo elogio.
«¿Cómo es posible que saliese de tres décadas de encarcelamiento con tal esperanza y tanta calma interior?», escribió el escritor estadounidense Arthur Miller. La respuesta creo que hay que encontrarla en las palabras del propio Mandela, pronunciadas en uno de los procesos en que se le condenó: «Estoy dispuesto a pagar la pena, aunque conozco la amargura y la desesperación inherentes a la situación de los africanos en las prisiones de este país. No obstante, estas condiciones no consiguen que me desvíe un ápice del camino que he tomado, como tampoco harán que otros se desvíen. Para los hombres, la libertad en su propia tierra es la cumbre de sus ambiciones, de la que nada ni nadie puede apartar a un hombre convencido...».
'A diferencia de otros presos, salió de la cárcel con una ecuanimidad y entereza dignas de elogio'
Tal serenidad de espíritu y tal fe en la verdad de sus principios y convicciones son, sin duda, las huellas de identidad de un luchador por la democracia y la libertad;pero precisamente eran esas ideas, más que la propia persona de Mandela, lo que el régimen racista de Pretoria había querido encerrar tras los barrotes. Inútil empeño. Una pitonisa sudafricana lo había señalado ya: «Los héroes volverán a nacer», y así el líder Mandela salió de su presidio más entero y clarividente que nunca.
Mandela había pasado encarcelado casi la mitad de una vida que había comenzado en 1918. Su padre, Henry Gadla Mandela, era miembro de la familia real de los thembus. Semejante origen iba a condicionar su educación, desarrollada en el sentido de responsabilidad de los que han de ser jefes. En sus años de reclusión manifestó alguna vez que a medida que iba envejeciendo añoraba más el paisaje, geográfico y social, de su infancia. «Entonces nuestro pueblo, bajo el gobierno democrático de sus reyes y consejeros, vivía en paz y se movía libre y confiadamente, sin obstáculos y cortapisas, de un extremo a otro del país...», recordaba.
El ex presidente sudafricano Nelson Mandela. AFP
Sin embargo, este idílico panorama comenzaría a cambiar drásticamente al final de su juventud, pues a partir de la llegada delPartido Nacionalista al poder se iba a iniciar escalonadamente la promulgación de una serie de leyes que desembocarían en el régimen del apartheid o de racismo integral. El número de las mismas, aprobadas entre 1948 y 1980, son cerca de 200, pero por citar las más importantes mencionemos la ley de inmoralidad, que prohibía la mezcla de razas; la de matrimonios mixtos, que prohibía las uniones interraciales; las de zonas para grupos, que confinaba en lugares separados a la gente de color; la de pases, que obligaba a permanecer a los negros sólo el tiempo imprescindible en un lugar; la de registro de la población, que clasificaba a los sudafricanos según su raza; la de propiedad de la tierra, que prohibía a las personas de raza negra la posesión absoluta de bienes raíces en la mayor parte del territorio; la de segregación racial en lugares públicos de esparcimiento, que consagraba la discriminación en el ocio; la de extensión universitaria, que creaba universidades separadas para los negros; la de reserva de los puestos de trabajo, que destinaba los mejores empleos para los blancos, y por último, las leyes electorales y la Constitución -que no merece ese nombre-, que negaban el voto a la gente de color.
En definitiva, todo un arsenal de carácter jurídico que ponía en pie un Estado represivo de la minoría blanca en el que se negaban todos los derechos humanos a las personas de raza negra, que era la mayoría del país. En pocas ocasiones como ésta el Derecho, en su conjunto, ha estado más lejos de lo que constituye su propia naturaleza y finalidad. No cabe sorprenderse de que el joven Mandela, destinado a convertirse en abogado, se consagrase a la política activa para cambiar este estado de cosas.
Una mujer reivindica la lucha del Nelson Mandela en Johannesburgo. EFE
Un acontecimiento familiar facilitaría incluso esa orientación. Al haber muerto su padre años antes, su tutor le quiso imponer un matrimonio que no deseaba, y con ese motivo huyó hacia el norte en busca de trabajo. En Johannesburgo, impulsado por su vocación de estudiar Derecho, comenzó a trabajar en un bufete de abogados blancos en calidad de auxiliar. Su entrada en política se realiza también en estos años, cuando funda con otros compañeros la Liga de la Juventud, anexa al movimiento del Congreso Nacional Africano. Esta organización juvenil se convertirá en la dinamizadora de la vieja organización, pretendiendo estimular la creación de un poderoso movimiento de liberación nacional a fin de crear una verdadera democracia.
Para lograrlo, la meta que se traza como objetivo consiste en la eliminación de las leyes discriminatorias, en la obtención del principio «un hombre, un voto» y en la implantación de una educación progresiva para todos. En su contenido ideológico se mezclanelementos de panafricanismo, religiosidad y antiviolencia revolucionaria. En esta misma línea, se aprueba en esos años la famosa Carta de la libertad, documento en que se condensan con elegancia y precisión los derechos fundamentales para todos los hombres sin distinción. Sin embargo, estas ideas, henchidas de elementos utópicos en esos momentos, se mostrarán inoperantes ante la escalada represiva que el régimen de minoría blanca iba adoptando a través de sus leyes antirracistas. Es la época en que Mandela se radicaliza en cierta medida y decide, por tanto, adoptar nuevas técnicas como respuesta a la violencia blanca.
'Regresó para lograr la libertad de su pueblo, leyenda viva y carcelero de sus carceleros'
En 1952 Mandela era el segundo en la jerarquía del Congreso Nacional Africano y había conocido ya la cárcel y el confinamiento. En ese periodo funda con su amigo y colega Oliver Tamboun bufete en el que se dedican a defender incansablemente a las víctimas del apartheid. Es entonces cuando escribe que «toda la vida de cualquier africano consciente de este país lo empuja continuamente a un conflicto entre su conciencia, por una parte, y la ley, por otra, puesto que en el fondo se trata de una norma que es inmoral e intolerable».
La actividad de Mandela, tanto en su vertiente de jurista como en la de político, comportó la continua persecución del Gobierno. Juicios, nuevos confinamientos, nuevas condenas hasta llegar a la cadena perpetua. Pero no sólo eran él y sus amigos los que sufrían la represión, sino que ésta se ampliaba continuamente a todos los negros a través del Estado de emergencia. Mandela llegó a la única conclusión posible, que formuló así en 1961: «La pregunta que se plantea el país es ésta: ¿es políticamente correcto seguir abogando por la paz y no la violencia cuando tratamos con un Gobierno cuya bárbara actuación ha traído tanto sufrimiento y miseria a los africanos?». Descartada, por inoperante, la estrategia no violenta, no cabía más remedio que recurrir a la lucha armada como legítima defensa.
Niños sudafricanos sostienen una imagen de Nelson Mandela. AFP
Mandela, a pesar de sus dudas, acabó fundando el Umkhonto we Sizwe, brazo armado del clandestino Congreso Nacional Africano. Una nueva época estaba a punto de comenzar en Sudáfrica, porque, como se decía en uno de sus manifiestos, «en la vida de las naciones llega un momento en el que sólo quedan dos opciones: someterse o luchar».
Mandela salió clandestinamente de Sudáfrica para asistir a la Conferencia de la libertad panafricana, reunida en Addis Abeba, y allí, recibido clamorosamente, expuso su nueva estrategia para acabar con el régimen del apartheid. Poco después de regresar a su país era capturado por la policía. Le esperaban cerca de 28 años de cárcel y penalidades.
En efecto, tras una parodia de juicio, acusándole de traición y de connivencia con los comunistas, el 6 de noviembre de 1962 es condenado a varios años de prisión con trabajos forzados. Pero su proceso no había sido en vano. El mismo día de conocerse su sentencia, la Asamblea General de las Naciones Unidas, por primera vez, aprobó la imposición de sanciones a Sudáfrica, aunque es de lamentar su incapacidad para erradicar un régimen tan injusto como el del apartheid que rebajaba al máximo a nuestra civilización. Con todo, la presión internacional, junto a la lucha armada en el interior, produjo un endurecimiento aún mayor en la represión del Gobierno, que veía en Mandela el cerebro de la resistencia.
La persecución no se detendría en la puerta de la cárcel. Allí también se le humillaba continuamente: unas veces prohibiéndole continuar sus estudios, limitándole el papel para escribir o no autorizándole a llevar un diario; otras, trasladándole de prisión en prisión hasta acabar en la de más alta seguridad de Robben Island. Pero el objetivo principal del Gobierno, que era conseguir el olvido de su nombre, no sólo no se logró, sino que su prestigio tanto en Sudáfrica como en el extranjero aumentaba cada vez más. Así, el día en que cumplió 60 años, en julio de 1978, se le rindió un homenaje internacional y fueron miles las tarjetas de felicitación que le enviaron de todo el mundo.
'La persecución contra él no se detendría en la puerta de la cárcel. También se le humillaba'
Dos años después, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidaspedía al Gobierno de Sudáfrica la libertad de Mandela y de los demás presos políticos. Y surgió una campaña internacional bajo le lema de Libertad para Mandela que venía a demostrar una vez más que su prestigio era más sólido que nunca, sobre todo entre los jóvenes de todos los países.
El 11 de febrero de 1990, Mandela regresó con la voluntad deconseguir la libertad de su pueblo, convertido en leyenda viva y en carcelero de sus carceleros. Desde ese día, su actividad en la lucha por los derechos humanos y la democracia en su país no ha decaído ni un solo instante. Es cierto que en este tiempo se han dado algunos pasos para ir desmontando el entramado legal del apartheid, que se han legalizado los partidos de la oposición, que se han liberado algunos presos políticos, que se ha levantado el Estado de Emergencia...
Pero aun admitiendo que se ha avanzado notablemente en el desmontaje del apartheid legal, el apartheid sociológico tardará mucho tiempo en ser erradicado en Sudáfrica. Sin duda, la tarea es compleja y aleccionadora, pues como ha dicho un escritor inglés, «si Sudáfrica no resuelve a corto o medio plazo sus problemas, es poco probable que el mundo resuelva los que tiene planteados a largo plazo».
Uno de ellos, el racismo, es hoy un fantasma que recorre toda Europa. Hay que insistir, por tanto, en que todos debemos asumir en esa cuestión el concepto de democracia que defiende Mandela y que ha sido expuesto también por otro sudafricano ilustre, Desmond Tutú, de esta forma: «Deberíamos dejar de hablar como si la raza fuera importante. La Sudáfrica por la que nuestra gente ha luchado y ha dado su vida es una Sudáfrica en la que lo que determinará el puesto que ocupe cada uno en la sociedad no será la raza, sino su capacidad y su carácter. El color debe pasar a ser de una irrelevancia total, porque no dice nada sobre una persona...».
Hoy, cuando la Universidad Complutense se honra otorgando elDoctorado Honoris Causa a un luchador por la libertad y los derechos humanos, no podemos, sino decir con total solidaridad y amistad al presidente Mandela que en esa lucha 'You'll Never Walk Alone'.
Jorge de Esteban es catedrático de Derecho Constitucional y presidente del Consejo Editorial de EL MUNDO.


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