El Chile de las últimas décadas está construido simbólicamente sobre una idea político-publicitaria que pegó con fuerza en el imaginario colectivo, la idea que logró derrotar a un régimen militar en 1989: "Chile, la alegría ya viene".
La alegría no podía venir de la política, por su naturaleza. Así que desde entonces Chile se quedó esperando.
En el fútbol, nos quedamos con los éxitos parciales y el gran invento retórico chileno: los triunfos morales. Hasta el sábado en la noche, cuando el país se convirtió en campeón.
Nos lanzamos a las calles. El Estadio Nacional, lleno de banderas chilenas, se hizo un gran abrazo. Los que habían gritado todo el partido se desplomaron, incrédulos y mudos. Los que no se habían movido en 90 minutos (más alargue y penales) se lanzaron llorando sobre sus vecinos.
"Hemos hecho historia"
Conspicuos comentaristas deportivos nacionales ahogaban un alarido en la casetas de transmisión.
"Hemos hecho historia", resumió el entrenador Jorge Sampaoli.
"Esto es único, como país no estamos acostumbrados a ganar nunca", dijo el capitán chileno, Claudio Bravo.
Es que, quizás no lo sabían debido a nuestros escasos triunfos internacionales, pero el fútbol es lo nuestro.
En Chile, donde hay 3, hay una "pichanga". Nos la pasamos "pateando piedras", no sólo por desencanto, sino porque allí donde queda algo en el suelo -una cajita vacía, un papelito arrugado- el chileno pasa y patea su tiro imaginario.
¿Cuál es la imagen más potente de la desigualdad económica chilena? La de la cancha que no es pareja.
Celebración única
Hubo antes algunas alegrías deportivas a nivel nacional para Chile, pero nunca una tan grande ni en el que es, quiérase o no, el deporte colectivo natural de este país sureño.
Pero hay más que eso.
Ganar en el Estadio Nacional es ganar con nuestras penas y alegrías. Contra la Argentina de Messi incapaz de alcanzar el arco norte, bajo el memorial que recuerda las gradas donde en 1973 se sentaron los chilenos que Pinochet hizo prisioneros.
"Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro" se leía sobre el arco. Se podía entrecerrar los ojos y ver allí una barra imaginaria que se ponía de pie y también celebraba. Porque en el Chile de la final copera, nada habría detenido la alegría.
"En un lugar donde hubo tanta tristeza y muerte, hoy le dimos una alegría a Chile", dijo Jean Beausejour Coliqueo, seleccionado chileno.
Es una alegría compartida. En un Chile casi sin triunfos a nivel de seleccionados nacionales, sólo la derrota era compartida.
Las alegrías casi siempre han sido divididas –con la excepción de los triunfos en el tenis, la excepcionalidad de Marcelo Ríos, Nicolás Massú, Fernando González, y otros logros-.
La noche del sábado, todo el país se sintió campeón. Con miles de personas en las plazas, las esquinas, casi no hubo desórdenes.
En un país que todavía tiene un sentido muy estricto del orden, que hasta las marchas estudiantiles del 2011 le tenía mucho temor a la calle, el país salió a celebrar y no faltaron las selfies con el "guanaco", el carro lanza aguas policial que disuelve las manifestaciones.
"Buen día para el que despertó con esa felicidad que a veces tanto nos cuesta y que la vida nos quita. Chile hoy te ves más lindo", escribió el volante Jorge Valdivia la mañana del domingo.
En un país que empieza a lidiar con su heterogeneidad, sus inmigrantes y sus habitantes originarios, con los que llegan y los que siempre estuvieron aquí, hubo celebraciones desde Arica a Magallanes, incluyendo Isla de Pascua y hasta el territorio Antártico chileno, bajo la bandera chilena y también la mapuche.
En un país escandalizado por los casos de corrupción privada y política que investiga la justicia, que han traído verdad y transparencia, pero también desencanto y una fuerte polarización, la presidenta Michelle Bachelet asistió a todos los partidos de Chile y hasta entró al vestuario de la selección, en un ambiente mayoritario de sana convivencia futbolera.
Toda una caravana ciudadana acompañó tras el partido a los jugadores hasta La Moneda. "Esto es una victoria histórica", dijo Bachelet.
Diferencia generacional
Sólo hubo una marcada división en Chile ayer. Y fue quizás por primera vez, la sana división generacional.
En todas las familias chilenas, hubo alguien que no quiso o no pudo ver este partido. Porque –ya se puede decir derechamente- pensó que Chile perdería. Y los mayores de 40 años, si lo vieron, lo hicieron con el corazón en la mano. Con la secreta esperanza de ganar y el temor clandestino de que se iba a perder.
Sólo hubo un grupo que derechamente pensó que Chile ganaría, como ganó. Son jóvenes, casi niños, igual que algunos de los futbolistas de "la Roja".
Son los que no saben que con Argentina un empate era una victoria. Que Chile siempre perdía. Que Chile tiene la maldición de los penales. Que en España ‘82 perdimos un penal cuando creíamos poder ser protagonistas y en Brasil 2014 otro nos privó de eliminar al anfitrión.
Para esos chilenos y chilenas, el sábado Chile no cambió la historia, porque la historia está empezando.
Toda generación tiene derecho a creer, al menos por un momento, que nada es imposible, que el mundo –el futbolero, el deportivo, el social- está partiendo siempre de nuevo y lo hacen ellos.
Y ese para mí, es un mundo distinto. Para Louis Armstrong era el mundo maravilloso, del "What a wonderful world".
Aquel donde los niños aprenden cosas que uno nunca sabrá. La tarde de la final de Copa América, Chile fue ese país.
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